El horno microondas irrumpió en la vida moderna hace ya más de tres décadas, instalándose en las cocinas y conquistando nuestros hogares. A pesar de ser uno de los electrodomésticos de gama blanca más populares y de uso más extendido, lo cierto, es que no debería ser utilizado como un medio para cocinar alimentos. Los productos calentados o cocinados en microondas, pese a situarse tras una barrera de cristal exponen a radiación a los alimentos que posteriormente entran al interior del organismo. Su uso está completamente desaconsejado puesto que desvitaliza y degrada el valor biológico de los alimentos.
Las RADIACIONES que emite este tipo de hornos, pese a tratarse de radiaciones no ionizantes, son lo suficientemente controvertidas como para que existan numerosos estudios que, por un lado, defienden la seguridad de su uso para la salud, mientras qué por otro, la cuestionan frontalmente. No es el propósito de este artículo elaborar ningún tratado ni entrar en ningún tipo de debate que pueda resultar confuso para el lector, simplemente conviene desaconsejar completamente su uso. Y esto es debido principalmente al isomerismo estructural que provocan sobre el material biológico que forman los alimentos, dado que las proteínas calentadas en microondas, se vuelven inservibles para nuestro organismo, que las trata como un producto tóxico, enervante e inflamatorio con los consiguientes perjuicios a medio y largo plazo.
Para muestra de ello, sirva el siguiente ejemplo: al comer una manzana cruda y extraer la sangre para hacer el recuento de glóbulos blancos, a la media hora, el hematólogo contará aproximadamente 7.000 leucocitos por milímetro cúbico, lo que equivale a una tasa normal, considerada “saludable”. Sin embargo, si antes de comer esa manzana, la cocinamos durante sólo cinco minutos al vapor, el recuento de leucocitos aumenta hasta las 14.000 uds. por milímetro cúbico. Y si cocinamos esa misma manzana sólo un minuto en el microondas, el recuento alcanza, fácilmente las 40.000 unidades por milímetro cúbico. Esto es debido a que el organismo- concretamente el sistema inmunitario- identifica el “alimento”, en función de su nivel de desnaturalización, como una toxina en lugar de un alimento nutritivo y saludable. Dado que los microondas desnaturalizan a niveles profundos los alimentos, al ingerir comida procesada calentada, descongelada y/o cocinada en horno microondas, sometemos al organismo a un estado de alerta y desgaste con impacto real sobre la salud.
Y si bien es cierto, que todavía hay quien podría dudar y pensar: “¡qué más da que suban mis leucocitos en sangre!, ¿acaso me puedo morir por ello?”.
Por supuesto que no, el SISTEMA INMUNE está preparado para actuar frente a enemigos potencialmente dañinos como virus, bacterias o incluso células que se estén volviendo disfuncionales o cancerosas. Ahora bien, pensar que su capacidad es ilimitada, es un error además de una temeridad. Si, cada vez que comemos, estimulamos el sistema inmune, es evidente que esta práctica comporta un desgaste de energía y valiosos recursos prenatales y postnatales, lo que conlleva una merma de vitalidad, predisposición a padecer enfermedades, envejecimiento prematuro, desnutrición y/o las alteraciones de la microbiota intestinal con efectos acumulativos.
Evitar en lo posible cocinar en cocinas de inducción también nos ayuda a eludir los campos electromagnéticos. Aunque su emisión de ondas es bastante segura a partir de 30 cm de distancia, los alimentos que cocinamos sobre la cocina de inducción sí se ven afectados por las emisiones, especialmente cuando permanecen expuestos por tiempo prolongado.
Los campos electromagnéticos no son inofensivos y nuestra sobreexposición, prácticamente inadvertida, puede tener consecuencias sobre la salud.